domingo, 21 de octubre de 2012



     Empiezo a hacer cosas que no sé qué son, ni cómo se hacen. La lluvia cae como si no se oyera, como si no tocara, y yo, que no sé dónde estoy ni  sé qué soy; ni sé por qué he venido aquí, ni cuándo y, aún así, ardo, agarrada de mi centro en el tiempo Todo, reverdecida, acaso, levanthada de un recuerdo –uno neutral, acaso innecesario, aunque real, como por ejemplo, salir de un metro en París, y que llueva, como siempre llueve en mi estado natural y en mis recuerdos cuando son trabajados con la fina esteca redonda que tienen mis manos cuando duermen *estuve, hasta recién, y acaso sigo, en una calle llena de agua, esperando algo que no sé qué es, un globo aerostático, una canoa, y siempre aparece una persona que fue algún día una guarida para ir a escaparme, como por ejemplo, mi primer novio, Manuel, que llega a abrazarme, o algún otro de mis hombres que se tomaron el tiempo de volver a visitarme; los reales, los normales, los siniestros; como Juan, como Javier, como Julián, como Diego –aunque acaso Diego sea el nombre de mi hombre final; el que se hospedará para siempre en el castillo de mis largas escaleras circulares y el de mis puentes colgantes que llevan el living a la bañera, el jardín a las terrazas, el baño a la chimenea, pero no; tengo en mi caballo cien monturas que se apilan y se caen cuando el caballo comienza a moverse y siempre termina en relincho, en dos patas, y bien suelto de cualquier montura, rabioso y, a su vez, dulce, el caballo loco (*el caballo loco es un hombre que también me conoció) y se libera de cualquier peso para volver a sentir la liviandad de andar sin tiempo y sin espacio,  y después se acurruca como si fuera otra vez un caballito que descansa en la panza de su mamá, y dice, aunque no hable: cariño, abrazo, protección, amor del tuyo, mamá, del nuestro, del de antes
 , mis manos gritan hacia una tertulia silenciosa que subexiste en mi imaginación de un recuerdo de un evento que no fue, mis manos de agua, que ralan y que dibujan tranquilamente harados en el espacio de suelo que tengo para rayar. De pronto, un trueno suena tan largo y carnoso que se hace negro, amarronado, y viene desde algún espacio de estruendos peligrosos, de remiendos opacos, coquetos. Viene para quedarse y ser vibración constante como un eco de lo que es, adelantándose eternamente hacia el presente; un tiempo sostenido que no es pasado ni es futuro.

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LB-0768 (c. 1959)

cuero cabelludo
la frente
las orejas
la base del cráneo
la nuca
la espalda entre los omóplatos
la base de las costillas
el plexo solar
el estómago el esófago la garganta
los intestinos – el ano
el hueso pélvico las articulaciones
las piernas muslos tobillos los dedos de los pies
los brazos antebrazos y las manos
la respiración
la palpitación
los acaloramientos
los dolores – los cólicos –
el olor a sudor del animal
acorralado en máxima tensión

Louise Bourjois

"Estamos hechos de la misma sustancia con la que están hechos los sueños, y nuestra breve vida está rodeada de un sueño"

William Shakespeare, La Tempestad, (IV, esc. 1)